20090620

LA VUELTA DE EX-CAT STEVENS


Ahora se llama Yusuf



Por Juan Pablo Abalo

Hablar del inglés Cat Stevens conlleva un problema de identidad, el de sus nombres artísticos. Nació en 1948 y sus padres lo llamaron Steven Demetre Georgiou, no obstante lo cual él, durante las décadas del sesenta y setenta, a ojos del mundo se dio a conocer musicalmente -y de forma meteórica- como Cat Stevens. Y después, por asuntos religiosos, decide que ya no es más Cat Stevens sino que es Yusuf Islam. Como tal, se retira a la reflexión, a la contemplación, y desaparece del mapa por una buena tracalada de años.



En estricto rigor, hoy tendríamos el deber de llamarlo Yusuf, pues así él lo ha elegido y así ha firmado las dos producciones que ha sacado a su regreso al ruedo musical: “An other cup” (publicado el 2006 después de 28 años de introspección religiosa) y “Roadsinger”, la más reciente de sus producciones, salido en mayo de este virulento 2009. Pero si lo llamáramos Yusuf, o Yusuf Islam, y no Cat Stevens, si omitiéramos por completo el nombre Cat Stevens -cosa que él preferiría-, pocos sabrían de quien se habla; por lo tanto, lo llamaremos ex-Cat Stevens, para no perder de referencia el nombre que a todos les resulta familiar y con el cual se hizo conocido mundialmente con canciones que gustaron y se clavaron en el registro musical del público (que es algo así como una caja triangular que se aloja en el cerebro y en la que se hospedan aleatoriamente las músicas que se han escuchado a lo largo del tiempo, eliminándose mutuamente según un proceso de selección natural).

Como sea, y para ir yendo al callo después de tanto preámbulo con la huevadita de la identidad, ex-Cat Stevens ha logrado cuajar la actividad de cantautor occidental con sus reflexiones religiosas islámicas, instalándose en un lugar que él mismo considera como de “bisagra entre las dos culturas” para así quebrar prejuicios que de lado y lado se tienen y acercar a los dos mundos en la medida de lo posible.

“Roadsinger” es muestra fehaciente de esto; con la misma gracia de sus más grandes y pequeños éxitos, ex-Cat Stevens compuso las once canciones que dan forma a este muy buen disco. Y cuando hablamos de sus grandes y pequeños éxitos no pensamos tanto en “Father and son” sino en “Peace train” o en “Can’t Keep It In”.

Y es que hoy como ayer, su voz inmutable, el buen juicio para seleccionar tales o cuales líneas melódicas, la discreción en los arreglos, la prudencia del acompañamiento instrumental, el justo acoplamiento de otras voces y de los coros de niños a la suya, la autenticidad de las guitarras y el habla llana de lo común y silvestre son características que saltan al oído de buenas a primeras, y hacen que “Roadsinger” sea un disco que con toda seguridad pasará a tener la importancia de otros de ex-Cat Stevens como “Tea for the Tillerman”, “Teaser and the Firecat” o “Back to Earth”.

A ratos, “Roadsinger” nos recuerda a la última Tracy Chapman, luego a Neil Young, incluso parcialmente a Robert Wyatt, aún cuando jamás pierda la marcadísima identidad de su autor, ex-Cat Stevens. “Welcome Home”, “Thinkin` Bout You”, “EveryTime I Dream” y “This Glass World” nos otorgan parte de este grato recorrido musical y, si se le presta atención a las letras, se verá lo plausibles que son las quejas que ex-Cat Stevens hace frente a lo que considera un mundo desnutrido de paz.

Mención aparte merecen, para los antiguos fanáticos del cantautor, las canciones “Be What You Must” y “Roadsinger”, pues ellas más que ningunas nos remontan al sonido del Cat Stevens de antaño, ese que lograba una energía casi eufórica bajo estructuras simples y recurrentes.

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20090611

EXPLOSIÓN METEÓRICA EN SAN DIEGO




Por Juan Pablo Abalo

El 9 de mayo el santoral católico celebra a San Pacomio y los europeos festejan su día, el día de Europa. Por su parte, los japoneses celebran el éxito de la misión espacial Hayabusa en la que se estudió un asteroide cercano a la tierra. Chile no celebra nada, pero este año los melómanos podrán celebrar la explosión de otro asteroide: la enérgica música de uno de los más inquietos compositores e intérpretes del siglo pasado y presente, el texano Ornette Coleman, quien dará un concierto en el Teatro Caupolicán, el epicentro cultural de la calle San Diego.



A sus 78 años, Coleman tiene en el cuerpo tanta música (tan diferentes unas de otras y todas tan relevantes) que no resulta fácil anticipar por dónde irá su presentación. Lo que es claro es que será un espectáculo imperdible en el que estará acompañado por su cuarteto (él mismo más Denardo Coleman en batería, Al Macdowell en piano y Tony Falanga en contrabajo), formación con la que ha realizado parte importante de su producción.

Entre los reveladores primeros trabajos de Coleman destacan “Something Else”, “Tomorrow is the Question” y “Chanche of Century”. Con estos discos se impuso en el jazz quien fuera llamado “negrito mierdoso” por parte de un grupo de matones conservadores jazzistas, en respuesta a los cuales dirá Coleman: “el jazz moderno, antaño tan revolucionario y audaz, está convertido hoy en algo establecido y convencional”. Posiblemente el manifiesto de este saxofonista sea el disco “Free Jazz” (1960), en el cual propone la liberación completa de la música a partir del ritmo, la melodía, la armonía, el timbre e incluso el modo convencional en que los instrumentos son utilizados. Juntando a dos cuartetos en New York, grabó sin plan ni idea preconcebida una obra de grueso calibre, construida de largos solos, grupos de notas que estallan, politonalidades y semiunísonos que dan la impresión de una música destemplada. Con ello, Coleman marcó distancia del entorno jazzístico en el cual creció, y pensó en el jazz de su presente y futuro. Con una curiosidad ilimitada, se enroló en las ideas que algunos de los compositores clásicos ya habían utilizado: música aleatoria, atonalidad, música concreta, composición al azar, uso de la electrónica y del happening musical, llegando a escribir minuciosas obras para orquesta como “Saints and Soldiers” y “Space Flight”, frente a las cuales la crítica le reprocharía la falta de fuerza que a su música daba precisamente la improvisación.

El concepto de libertad es probablemente el eje sobre el cual Coleman ha construido su obra. En palabras del crítico y también músico Gene Lees: “El concepto colemaniano de libertad total está vinculado a la antimúsica y el antiarte”. Así, mientras en las décadas de los sesenta y setenta el rock and roll se convertiría en la música de protesta de los jóvenes blancos, el free jazz se convertiría en el medio de denuncia de las minorías negras frente a una tradición inflexible y autoritaria ya institucionalizada, con la que Coleman no podía tener más diferencias.

Por su radicalidad, la carrera de Coleman ha tenido de dulce y agraz, ha sido despreciado y admirado con el mismo fervor. Tomó mucho tiempo que reconocieran su verdadera envergadura como músico y más tiempo le llevó a él salir de las penurias económicas en las que vivía, hasta que su música ganó el respeto de la que goza hoy, justo y merecido, pues ha llegado a influenciar a una gran cantidad de creadores y tocadores que ven en él a un gran rebelde y subversivo músico de un género hoy en día, año 2009, ya acomodado y un poco pagado de sí mismo: el jazz.

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CONDORITO CANTA TANGO




Por Juan Pablo Abalo

“Tal vez la misión del tango sea la de dar a los argentinos la certidumbre de haber sido valientes, de haber cumplido ya con las exigencias del valor y el honor”, decía Jorge Luis Borges a propósito de un diálogo en el que Oscar Wilde define a la música como “la que nos revela un pasado personal que, hasta ahí, ignorábamos”. Y es que a Borges no le gustaba particularmente el tango, no el moderno al menos, al que consideraba extremadamente “sensible” y “afeminado”. Prefería el primer tango, el primitivo o criollo; sus gustos musicales se inclinaban particularmente a la milonga, similar según él al blues norteamericano. Al contrario, el también poeta y compositor argentino, Enrique Santos Discépolo, autor nada menos que de “Cambalache”, definía al tango como “un sentimiento triste que se baila”.



Como fuera, el tango -música que fascinó al ruso Igor Stranvinsky, nacida de la mezcla producida por la llegada de una enorme población al Buenos Aires de las últimas décadas del siglo XIX- es con seguridad la testigo principal de las aventuras y desventuras de dicha ciudad de ahí en adelante: es su mejor voz. Por lo mismo, cuando se trata de una música tan propia de un lugar y de un modo de ser, es difícil encontrar grupos musicales que desde otro país y, sobre todo, desde otro y opuesto modo de ser (como es el caso de Chile respecto a Argentina), dediquen sus cualidades musicales a interpretar tangos tradicionales y crear otros nuevos, con resultados en su mayoría felices.

Alevare Quinteto -que, dicho sea de paso, es bastante más que un quinteto (2 violines, viola, violoncello, clarinete, contrabajo, cantor y piano)- es precisamente un grupo de músicos chilenos que se dedican al tango. “Caleta de tango” es el nombre de su reciente y primer CD, en el que, bajo la dirección y los arreglos del instruido músico Francisco Núñez (Quintessence), suenan trece canciones, grabadas óptimamente en vivo en la acárica sala Isidora Zegers de la Universidad de Chile, durante junio de 2008. Autores como Astor Piazzola (“Zum”, “Michelangelo 70”) Osvaldo Pugliese (“Negracha”), Horacio Sanguinetti y José Dames (letra y música respectivamente del tema “Nada”), son parte de un nutrido repertorio con el que Alevare Quinteto estructura su producción, que incluye tres canciones originales de integrantes del grupo, destacándose entre ellas “Puñalada”, del cantor de la agrupación, Pablo Moraga, y “Erik”, de Erik Romero (esta última -hay que decirlo- destaca por lo excéntrica que resulta en el disco, por no decir por lo fuera de tiesto que parece estar).

“Caleta de tango” es un trabajo que vale la pena escuchar, música que se ajusta a las palabras de Discépolo sobre la conversión al baile de un sentimiento de melancolía perpetua: Condorito también puede bailar tango con sus melancolías.

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